Manos de Mujeres
Proyecto artístico creado de forma colaborativa con las mujeres de Madarcos.
Este proyecto, desarrollado de manera colaborativa a lo largo del mes de febrero y marzo de 2023 con las vecinas de Madarcos, pretende homenajear el quehacer de estas niñas y mujeres que representan de algún modo a niñas y mujeres de todo el mundo.
Porque sus ocupaciones, desde lo doméstico, a los cuidados, pasando también, sobre todo en los últimos tiempos, por el desarrollo de oficios variopintos, no han recibido y aún no reciben el reconocimiento que merecen, ni social ni económicamente.
Valga este homenaje también para reivindicar una igualdad, en cuanto a oportunidades y derechos y una puesta en valor de quienes, como estas mujeres, han puesto en el centro de su actividad la vida y han asumido así en muchos casos una sobrecarga que ha tenido costes emocionales y físicos para ellas.
El proyecto propone una instalación artística al aire libre creada a partir de las reproducciones de las propias manos de las vecinas y una exposición de fotografías de las manos acompañadas de sus biografías. La exposición puede verse aquí de manera virtual y de manera física en el edificio del Ayuntamiento.
Las yemas de los dedos acariciaban las páginas de uno de esos libros que había dejado el tío abuelo cura en la casa. “Te pareces a San Antonio, siempre con un libro entre las manos” le decía su padre.
Pero también segar, escardar o cavar, tierra entre las uñas.
Lo mismo agarrar con fuerza los pesados sacos de grano o las cántaras de leche llenas que bordar finamente unas sábanas o acunar a los hijos.
Ordeñaron mañana y tarde, un día y otro.
Vacas, cerdos y gallinas esperaban su llegada para verlas esparcir el alimento.
Removieron la parva, molieron el grano, amasaron seguro, aunque no me lo contaron.
Lavaron en invierno, lavaron en verano, pañales, mantillas, picos o gasas, lavaron en la plaza, lavaron en la fragua, lavaron en el río, con calor y frío, con mucho frío.
Un incesante quehacer ha ido dibujando las arrugas de estas manos tan extremadamente humildes que no pueden reconocer su sabiduría y sensibilidad.
Con fuerza han llevado la reja a la puerta de la fragua, han metido el palo entre las patas de las vacas o alcanzado los callos a su padre mientras las herraba.
Mañana tras mañana han encendido lumbres, preparado calderos para los gorrinos y después pucheros de patatas secas para almorzar. Han agarrado cántaros y cubos, de ida vacíos, de vuelta llenos, llenos de agua de la fuente para abastecer la casa de este líquido imprescindible que no siempre salió cómodamente de un grifo.
Han lavado vientres de corderos y ovejas, han hecho queso, han escardado surco tras surco los sembrados, han fregado con arena las cucharas de hierro ¡La vida era así y tenían que ayudar!
Han dispensado bacalao, arroz, azúcar, tabaco, chuches o vino tras el mostrador de la Taberna de la Tía Catalina, por supuesto, mientras tanto, no dejaban de atender al hijo, a la casa, a los animales y al campo.
Estas manos han trenzado pulseras con hilo de goma, han recogido castañas, han hecho puentes sobre regatillos para que pasaran los bichos, han aplastado con un tenedor los bordes de empanadillas, han enharinado albóndigas, han empujado palos de billar y hecho girar a los jugadores del futbolín.
Con boli han escrito cartas y diarios secretos, con máquina han escrito trabajos para la universidad.
Al centro de la diana o no tanto, han lanzado dardos.
Han amasado el pan junto a las señoras de Barranquita en Perú.
Han cavado y sembrado, han quitado hierbas, regado y recolectado.
Han acunado y acariciado a sus criaturas y sueñan con seguir recogiendo plantas, flores y frutos de esos que ofrecen montes y bosques.
Cepillan a los caballos, los llevan al establo o limpian sus cascos para después con confianza agarrar sus riendas y montarlos.
Juegan…Piedra, papel o tijera.
Con témperas, ceras o lápices de madera, pintan…
Sus dedos guiados por los de su madre tejen bufandas o hacen atrapasueños para regalar.
Bailando con pelotas o cintas hacen gimnasia rítmica.
Aplastaban chapas y latas, construían con ellas muñecos, sillas, figuras para jugar.
Tiqui tiqui tiqui ti, sonaban las teclas de la máquina bajo sus dedos cuando era secretaria.
Pintaban, hacían pulseras, forraban con tela cunas, muebles. Patronaban y cosían ¡Hasta un vestido de fiesta!
Cargaron, doblaron ropa, vendieron paraguas bajo la lluvia o refrescos en los días de calor.
Cuidaron gente mayor.
Y ahora pasean por la cocina preparando tu comida y la mía, deleitándose en la elaboración de deliciosos dulces, de un sabroso guiso.
Soltaron la raqueta para sostener cigarros que sabían a rebeldía y libertad.
Inquietas por cambiar un mundo lleno de injusticias, preocupadas por el cambio climático o las migraciones forzadas viajaron para acompañar y ayudar a quienes estaban en un campo de refugiados, repartiendo mantas, comida, calor…
Estas manos guerreras son ahora protagonistas indispensables de una vida conectada a la tierra…Se hunden en el suelo para plantar, se aferran a la azada, cocinan con atención para nutrir con consciencia el cuerpo y empuñan con poderío la motosierra lo mismo para podar o cortar leña.
1,2,3,4,5,6,7,8,9,10…¡Voy!
Ellas mientras tanto cubrían sus ojos…
Y lanzaban globos de agua en divertidas guerras de verano…
Y se aferraban a un micrófono que le permitían cantar y soñar…
Y después…
Llegaron a ellas los peines, los rulos, el champú y el tinte y recorrieron cabezas y modelaron y cambiaron de color las cabelleras de quienes se entregaban a ellas al mismo tiempo que buscaban zapatos, ahora los negros con tacón de la derecha del escaparate, ahora las merceditas rojas de la talla 38, luego los marrones de caballero tipo naúticos.
Llegaron la rabia y la impotencia y los dedos se encogieron y cerraron, fuerte, muy fuerte.
Llegaron a ellas un bebe, pequeño, tierno…
Llegaron a ellas otro bebe, pequeño, tierno…
Llegaron a ellas las oportunidades, el aire fresco de un pueblo en la montaña, muchas personas a las que cuidar y abrazar.
Han crecido arrulladas por el aire serrano, a veces suave y cálido, a veces gélido y huracanado.
Han cogido hierba para ofrecérsela a los caballos o las vacas.
Han acariciado sus pelajes.
Han construido cabañas y se han empapado en la corriente fría del Madarquillos.
Sueñan con manejar un volante e ir de aquí para allá…
Sueñan con exprimir limones y mezclar su jugo con agua y azúcar hasta preparar una limonada tan deliciosa como la que hacía su abuelo.
La abuela colocó en ellas una aguja para hacer ganchillo y juntas tejieron y tejieron…
Se mancharon con pinturas de colores…
Se hundieron en la arcilla blanda y fresca…
Vistieron y desvistieron muñecas…
Bailaron y bailan…
Dan de comer, miman, limpian cuerpos, cuidan, colocan, tienden, friegan…
Se ilusionan imaginando como sus yemas hacen brotar melodías de las teclas de un piano o las cuerdas de una guitarra.
En su memoria, amontonar piedras y escarbar hasta crear una poza en el río en la que aprender a nadar.
En su memoria colocar sus dedos sobre la boca y silbar.
En su memoria mover cántaras de leche, las cántaras de sus amigas.
Intercambiar su sandwich, pan bimbo y mortadela por un bocadillo de miel, un enlace entre la vida de pueblo y la vida de ciudad, una mano aquí y otra allá.
Manos que cogen otras manos, de niñas y niños, de vecinas y vecinos, de mayores…manos que acompañan, que acogen.
Manos que crean, cuidados, ilusión, cobijo…
Manos inquietas, manos que expresan.
¿Hay algo que estas manos, con sus casi 94 años de vida no hayan hecho?
Pocas cosas…
Escarminaron lana, la lavaron en la corriente del Madarquillos para después hacer girar el huso e hilarla. Lana de unas ovejas que ella misma habría pastoreado.
Entre ellas, a menudo se pudieron ver dos largas agujas que tejían gorros, jerséis, bufandas y chalecos, a veces se enredaban entre cuatro algo más cortas y tejían calcetines, probablemente aprendieran una vez de las manos de una madre o una tía.
Cavaron en los linares para cultivar berzas, remolachas y patatas, cosieron ropa para sus hijos, llevaron barreños de la casa a la fuente y de la fuente a la casa, ordeñaron, agarraron con fuerza el bidón de la comida para los cerdas que por turnos cuidaba junto con otras vecinas y vecinos, lavaron, fregaron y tantas cosas más.
Recuerdan el placer de modelar la arcilla.
Recuerdan coger flores, campanillas amarillas para la virgen en mayo, asir la taza con té de tilo que Felisa preparaba en su puchero, remover con un palo la pasta que después sería jabón, agarrar el podón y limpiar de ramas finas los troncos para leña, despachar en la casa del abuelo transformada en tienda, flashes, peta-z, gusanitos, recoger espárragos de culebrilla o hacer cadenetas de papel, verano tras verano, para decorar el pueblo en fiestas.
Recuerdan bailar mientras sonaba el Último de la fila, Loquillo o Alejandro Sanz.
Recuerdan aplaudir en las muchas actuaciones y festivales del internado.
Quisieron ser torneras pero se toparon con los estereotipos, eso no es para vosotras, les dijeron, después han escrito, mecanografiado, limpiado, echado cuentas, cocinado, tecleado, cuidado, hecho test una y otra vez.
Llenas de pliegues por el paso de los años.
Han lanzado la pelota y han dado la comba…
Con alegría han tocado pitos y palmas, han bailado jotas, vals corridos, chotis o pasodobles.
Las agujas y los hilos han sido su material creativo, montones de tapetes y cuadros de punto de cruz han salido de ellas.
Pero también han trabajado duro, han fregado y guisado, han volcado los sacos de grano en la tolba, han acompañado a los burros o la yegua de Madarcos a Horcajo en busca del grano que moler y vuelta, han escardado en los sembrados de trigo, excavado la tierra para sembrar patatas y judías, han lavado en el río, han hecho morcillas, han hecho chorizo, han cuidado de hijas e hijos.
Llevan acariciando las teclas del piano desde los ocho años, deleitándose con las melodías de Bach o Beethoven.
Sensibles y creativas, han dibujado, han pintado, han tejido pasando los hilos por la urdimbre de telares al mismo tiempo que han reivindicado y reclamado sus derechos y se han alzado enfadadas contra las injusticias, recuerdan consignas contra la subida del pan, el ingreso de España en la O.T.A.N o su participación en la guerra de Irak, indignadas llenas de rabia y tristeza quizás se apoyaron en el hombro de algún colega del Sindicato de Estudiantes al ver cómo enterraban a dos de sus compañeros, muertos a manos de la policía durante una manifestación en tiempos de la Transición.
Manos polifacéticas que se han desenvuelto en todo tipo de oficios, han llevado bandejas con bebidas, cuidado de ancianos, montado exposiciones en su café-bar, repartido cartas y paquetes, diseñado y cuidado de jardines…Puede ser que algún día las veamos tallar madera.
Lesionadas, después de tanto escribir, cocinar, taquigrafiar, lavar, mecanografiar, fregar, teclear… Esperan de nuevo a ser operadas.
Lesionadas, aún quieren jugar, jugar a que los dedos son las piernas de un señor o una señora que caminan, palmas palmitas o cinco lobitos. Jugar como un día jugaron, trepando por una cuerda, atrapando al balón prisionero, haciendo muñecos con la fría nieve en la plaza del castillo o agarrando con fuerza el borde del saco para una vez más, ganar la carrera.
Aun doloridas, han abrazado y abrazan.
Inquietas han recorrido buena parte del mundo.
Se han deleitado tocando gatos, jirafas, gallinas o elefantes.
Atesoran el recuerdo de las pieles de su infancia, de la abuela, de la madre, de los hermanos y pueden evocar la magia de descubrir otros cuerpos en su adolescencia.
Manejaron hojas de papel con esquemas y apuntes, tomaron bolis para responder a las preguntas de los exámenes y un día se vieron en un taller, modelando barro, agarrando un pincel impregnado de óleo, jugaron a crear con tejidos y telares.
El volante las retaron a superar miedos propios y ajenos para después pasar a ser cómplice de aventuras.
Las piedras, el mar y el pan eran parte del cotidiano cuando acompañaban a quienes forzosamente habían tenido que salir de sus hogares. También los lápices y las comidas de colores llegadas de cualquier rincón del planeta.
Allá dónde vieron a sus iguales agarrarse con fuerza de La Bestia en busca de oportunidades, ellas cavaron y cavaron, aprendieron para después aquí, crear un bosque que les diera alimento y brío para seguir sembrando y cultivando, plantas, escucha, árboles, abrazos…
Han empacado la maleta muchas veces siempre buscando salir adelante, adelante sola, adelante con un hijo, adelante con dos hijos, adelante con tres hijos.
Aquí o allá, de día y de noche no han parado de trabajar, repartiendo suerte en una administración de lotería, cocinando, cuidando de personas mayores.
Marcadas por el trabajo duro, tienen cicatrices donde un día hubo heridas y aun así están rodeadas por un halo de delicadeza y suavidad.
A sus tiernos 6 años, comenzaron a bordar mantelerías de lagartera, luego no dejarían de manejar hilos y telas y el dedo corazón de su mano derecha vestiría a diario durante muchos, muchos años un dedal.
En 1964 iniciaron un largo periplo por sastrerías y talleres de costura, subir bajos, entallar camisas y trajes, estrechar pantalones, arreglar cremalleras, confeccionar prendas, trajes de todo tipo.
Ahora se dejan acariciar por el aire serrano en cada uno de sus paseos y rememoran entusiasmadas, cuando cosieron el traje de novia de su hija y el de su nuera, también el de Rocío Jurado, cuando trabajaron para David Delfín en su taller o en sus desfiles y agarraron la taza de café frente a Miguel Bosé en un hotel de Nueva York, cuando le hicieron el faldón a los nietos o el traje de comunión.
Quizás alguna vez hayan palpado tu barriga, auscultado tu pecho o tomado tu temperatura.
Quizás alguna vez las hayas visto rasgar las cuerdas de una guitarra o aferrarse a un micrófono.
Con fuerza agarran la azada y cavan el huerto. Se recrean cuidando de las plantas, reproduciéndolas, recolectándolas, secándolas, elaborando con ellas tinturas con las que curar a personas o animales.
Lo mismo pueden limpiar la cuadra, que abrazar, que cortar leña, que amasar pan, que acariciar…
Y recuerdan en sus primeros años sostener a menudo un libro, escribir un cuento con un delfín como protagonista, ayudar a su madre, fregando, barriendo, haciendo camas.
Un día pintarán las paredes de la casa que habitan.
Mientras tanto, van haciendo gestos para marcarle a la voz su recorrido, van presionando las teclas del piano para dibujar melodías.
Recolectan manzanilla, trepan árboles en busca de frutos, sortean los pinchos de las zarzas para llenar la cesta de moras o amasan pan.
Hace tiempo colocaron cada vez que reemprendían el camino la mochila a la espalda, hicieron nudos de mil maneras en sus aventuras de scout o crearon piezas de cerámica.
Idea original, fotografías y textos: Cristina Vadillo